Se levantó con la luz del mediodía sin otro pensamiento que espatarrarse en el sofá a ver la etapa ciclista en su flamante televisor. Después de evacuar la noche, cogió un tupper de la nevera con las sobras de la cena y se dirigió a la sala. Empuñó el mando a distancia, se acomodó en el frescor del cuero y apuntó a la enorme masa de aire que reposaba sobre su mueble de madera noble. ¡¡EL PLASMA!! ¿¡Dónde estaba su plasma!?

Recorrió ligero los pasillos de la casa mientras gritaba los nombres de sus familiares, en busca del responsable. Era inútil seguir voceando, se encontraba solo. ¿Qué se supone que iba a hacer ahora todo el día? Sus glándulas salivales dejaron de funcionar. Todo el líquido que mantenía en su boca era un depósito de baba en la comisura. Se encaminó al cuarto de baño movido por la desesperación, asió tembloroso una cuchilla de afeitar y, aunque intentó con todas sus fuerzas inhibir el impulso, el metal no tardó en besar su piel.

¿Y ahora qué? Los ciclistas ya deberían de andar por el primer puerto de categoría especial. Pensativo, intentó atusar la barba con las yemas de los dedos pero solo consiguió acariciar el contorno desnudo de su mandíbula. Fue al armario bullendo con pasos muy cortos, escogió la primera muda informal que encontró, se restregó la palma de la mano por el pelo y abandonó la vivienda.

¿Ya se habría formado la escapada buena? ¿Llevaría preparada una escaramuza alguno de los favoritos? Entró en el bar atravesando los finos hilos de humo que escapaban de los cigarros de los que estaban fumando en la puerta y fue directo a tomar asiento en la barra. Pidió un vino y dirigió de inmediato la mirada al televisor. Seguro que no se podría comparar con su plasma, pero aquello era una emergencia. Se dio cuenta entonces de que había salido de casa sin gafas. Hizo presión con los párpados intentando enfocar. Pues no, no tenían puesta la etapa. Un momento, ¡aquel era SU PLASMA! No, no el que descansaba en una balda de madera cerca del techo, sino el que estaban enfocando en la televisión. ¿¡Qué hacía allí!? El plasma se encontraba en una sala abarrotada de periodistas. Intentó afinar el oído, pero el alboroto que había en el bar convertía el discurso en ininteligible. Solo atinaba a escuchar las carcajadas de los periodistas de tanto en tanto. Sin embargo, esta vez no se reían de él; ¡se reían con él! Aquel plasma no era solo un traidor, también parecía tener ingenio. Se le veía resuelto; ágil en la palabra; seguro de sí mismo. ¡Miserable! Los periodistas comenzaron a pasarse una suerte de objeto oscuro y alargado a intervalos de una alocución de su plasma. ¿¡Tenía ese desgraciado la desfachatez de aceptar preguntas!?